Hace un mes y medio que llegamos de pasar unos días en Marruecos y a día de hoy aún me vienen olores y sabores de lo que comí en La Pause. Sus couscous, su pan recién hecho, sus crepes marroquies, sus bastilles… todo tan fresco y sabroso, recien hecho, crujiente y con una mezcla de sabores más que interesante. Me traje especias de ahí y hasta me compré un libro en el Fnac el otro día sobre cocina marroquí, pero no sé, me falta el tahine y el entorno para inspirarme… aunque también creo que me detiene el hecho de que tengo el listón muy alto y recuerdos gastronómicos perfectos que no quiero estropear. Tendré que volver.
La cena en El Celler de Can Roca y la cena a la luz de las velas en la cocina de La Pause han sido dos momentos gastronómicos (al mismo nivel) que nunca olvidaré. Aunque creo que un plato no está sólo bueno, sinó que lo acompaña una noche mágica en la que todo fluye.
Hoy hablaré del pan marroquí, que es fácil de hacer y curiosamente se finaliza la cocción en sartén tras su fermentación.
Para elaborar el delicioso pan marroquí se necesita:
1 kg de sémola fina, 220 gr de harina, 1 c.s. de levadura de panadería (diluída en 100 ml de agua tibia), 1 c.c. de sal, 2 c.c. de azúcar y 1 L de agua y aceite.
Mezclamos la harina, la sémola y la sal y añadimos poco a poco la levadura y el agua. Amasamos y hacemos bolas que más tarde aplastaremos y taparemos con un paño húmedo 45 minutos. Calentamos aceite en una sartén y cocemos las bolas a fuego lento tras fermentarse. Repetimos la operación por ambos lados para que quede dorado.
(لاسلام على طعام) Mâ kainsh el-kalâm ala etta3âm, proverbio marroquí que dice que “durante la comida, no se habla”.