Eco-turismo La Pause. Desierto de Marrakech Agafay N 31º 26′ 57″ W 08º 10′ 31″. Teléfono: +212 (0) 661 30 64 94. 125 € día/persona, incluyendo desayuno, comida y cena.
A tan sólo 30 kms de Marrakech, encontramos este oasis en el desierto. Frederic, un parisino que pasó un día a caballo por el desierto de Agafay, se enamoró de este terreno irregular cubierto por olivos y lindando con un río y lo vió claro: ahí iba a montar su eco-turismo La Pause, que sin duda remite bien a su nombre. Al llegar, te deja un taxi en el montículo más cercano y llevas las maletas en unas carretas hasta llegar a este inolvidable lugar. A La Pause no llega la electricidad, ni la cobertura, con lo cual, mientras tú cargas las pilas, tu móbil se va quedando sin. En el momento de poner un pié ahí, ya te sientes diferente, libre. El sonido que se escucha es el de la brisa y el de los pájaros que habitan en este pequeño “jardín” en medio del desierto. No se oye nada más. Ocupas el día con un paseo sin rumbo en el que sin duda descubrirás mil detalles y por las noches, el árido paisaje se transforma en un festival de la llama, llenándose La Pause de hogueras, velas y quinqués. Un retiro realmente mágico.
El entorno es tan precario que es bello. Se compone de unas cuantas casetas desperdigadas hechas con piste (adobe + paja) a las cuales accedes por subidas y bajadas irregulares. La intimidad es total, y al no haber electricidad, te sientes entre un nómada berebere o un explorador en un safari. Por las noches, iluminas tu estancia con la luz de unas velas, que invitan a estar en silencio y a escucharte. No hay puertas, pero sí cortinas tupidas que te hacen de cierre, lo que te vuelve a estrechar el contacto con la naturaleza. Aunque dentro, no se renuncia al comfort: colchonetas con cojines para tumbarte, mosquiteras, alfombras de lana, grifería de cobre… es realmente bello por su simplicidad.
El escenario es perfecto, rodeados de tanta naturaleza y paz, para degustar la más auténtica cocina tradicional marroquí, de la cual debo confesar que me ha enamorado. Y no sólo porque es deliciosa, sinó porque en La Pause encontré el mejor ejemplo de ella. Rashida y Samira, las cocineras, llevan 9 años trabajando en La Pause y son unas verdaderas maestras. Toda la comida es fresquísima, y cultivan en su huerto lo que pueden, ya que la sequía no acompaña, pero llega cada día de Marrakech toda la carne y verdura necesaria. El secreto: nada precocinado, todo se hace en el momento. El resultado: comida sabrosísima, sana y fresca. La comida marroquí se puede considerar de gran riqueza y diversidad, debido probablemente a la interacción con otras culturas externas. Se trata de una cocina elaborada de forma casera, en la que participan fundamentalmente mujeres y las recetas se pasan tradicionalmente de madres a hijas. En La Pause la comida no es lo único artesanal, lo son también los cuencos de madera que se utilizan para servir, los cestos de mimbre, los sal pimenteros de hierro… En La Pause todo es autóctono, hasta el vino.
La cocina marroquí tiene una característica principal, la mezcla dentre el dulce y el salado. Esto toma forma con la pastilla (bastille), que es un hojaldre a la vez dulce y salado, que es una curiosidad típica del la cocina del país. La pastilla puede estar llena de pollo, pichón o incluso de verduras. El cous-cous es otro de los platos típicos, que es un plato muy especiado hecho en base a la sémola de trigo. Se mezcla con verduras y carne (pollo, ternera o pescado) o incluso con pescado. Otro de los platos más característicos es el tajine, que es una receta elaborada a base de cordero, buey o pescado y asado en una cazuela de barro (el propio tajine) con verduras, legumbres, almendras, ciruelas y adobado con canela o azafrán. Una vez hecha una pequeña pincelada a la comida marroquí, os explicaré las delícias que tomamos en este mágico sitio. Para desayunar, crepes marroquíes, pan recién hecho, croissants (con y sin chocolate), zumo de naranja recién exprimido, fruta varia y café o té. Para comer, ensaladas, crema de zanahorias, judías, una especie de quique de cebolla super crujiente, pan marroquí y de segundo un tajine buenísimo. De postre, pastel de chocolate o dulces marroquíes. Por la tarde, un fabuloso té con menta nos acompañaba con la puesta de sol, que veíamos desde la haima más alta con vistas a las áridas montañas.
Y por la noche, el día de más frío, nos preparon la mesa en la cocina misma, que es bellísima, noble y pura, para resguardarnos del viento. Vimos como Rashida y Samira cocinaban delante nuestro a la luz de las velas. Nos mantuvimos en silencio, alumbrados por un candelabro, saboreando un vino local y simplemente contemplando. Nos iban trayendo exquisiteces, y ellas parecían un cuadro de Vermeer en movimiento. Como plato principal, 2 manzanas, dos tomates, 2 pimientos, y 2 calabaciones rellenos de arroz con ternera todo rustido en un tajine. Una delicia que aún me hace relamerme degustada en un ambiente intimista y exótico de la que jamás me olvidaré. Con Alex comentamos que, junto con la experiencia en El Celler de Can Roca, probablemente las dos mejores comidas de nuestra vida.
Y para acabar de redondear la estancia, pasados los dos días, mientras estábamos esperando a que nos devolvieran a Marrakech, Frederic nos regaló una botella de su oro líquido: el aceite de los olivares de La Pause. Muchas gracias Frederic, volveremos sin duda a La Pause, pero esta vez, con nuestro hijo Simón y amigos.