28 de abril del 2010. Llegó el primer día del curso. Hoy no entraremos en cocina, pero nos conoceremos y nos presentarán el curso. Llevo toda la semana previa excitada, como una niña pequeña.
Llego justa de tiempo y subo corriendo las escaleras de la escuela. No veo a nadie por ahí (a parte de las fotos de los millones de famosos colgando de las paredes), y pregunto en recepción.
Me envían el aula externa, pero contigua, en la calle Basea. Entro y me encuentro un aula con un centenar de alumnos. Todos estaban serios mientras escuchaban al respetado Mariano. Hombre serio donde los halla. “Esto va en serio“ dijo el hombre serio.
Ante semejante presentación, miro de soslayo al resto de los compañeros y a simple vista, no percibo miradas de miedo como la mía.
¿Serán todos cocineros que quieren perfeccionar su técnica? Espero que entre la muchedumbre exista alguien como yo. Y también espero que los aspirantes a chef no me hagan el vacío, “les gusta la comida, son buena gente”, quiero pensar.
Nos dividen por grupos, por días. Mi día son los miércoles, con Lluís Rovira. Nos llevan a la mítica clase que se ve desde la calle Argentería y contemplo orgullosa cómo curiosos asoman la cabeza, como otras veces hice yo (sin imaginar que un día lo vería desde dentro). Nosotros nos sentamos en las gradas, mirando a la calle, bueno, en teoría mirando a la cocina que hay entre las gradas y la calle. Lluís dice que venimos a pasarlo a bien, que hay que disfrutar y eso me tranquiliza sobremanera. Dice que es un curso con muchísimo contenido y que también hay que tomárselo en serio, y esto, esta vez, no lo dijo un tipo serio.
Nos presentamos. Se corrobora mi teoría: la gran mayoría de compañeros trabaja en cocina ahora. Me asusto un poco, pero intento apartar ese sentimiento y pienso que es un trabajo creativo, y en equipo, y que he estado afrontando muchos días así en la agencia. Yo puedo.
Lluís quita la tensión en el ambiente con bromas continuas. Dice que este curso nos marcará tanto que a partir de ahora nuestros futuros hijos se llamarán Lluís. Jajaja. Me hace reír. Sé que habrá un antes y un después de este curso.
Este día nos probamos las batas (uniforme) para que nos las puedan pedir y tener para el primer día de clase. También nos enseñan el kit imprescindible que debe tener un buen cocinero: sus cuchillos. Son de la japonesa GLOBAL . Sólo me acuerdo del nombre de un cuchillo: el cebollero (dentro de unas clases me hará mucha gracia que ahora no sepa el nombre de más que un cuchillo). Y también me acuerdo que están muy, pero que muy afilados. Y que visualizo mi corte el primer día que los utilice. En el kit de los cuchillos, que van dentro de un estuche de tela que se cierra con belcro, también viene un afilador de porcelana que por lo visto hay que usar tras cada uso. Es tan delicado, que si se te cae, se rompe casi seguro, así que no dejé que pasara por mis manos el de muestra. Sé con certeza que mi afilador se me caerá y romperá durante este primer año. Hagan sus apuestas.
Es todo nuevo y emocionante para mí. Me invade la ilusión y también un poquito de miedo del bueno. Subimos a recepción a pagar el material. Me voy a arruinar, pero valdrá la pena ser pobre y comer ricamente.