Suquet de l’Almirall. Paseo Juan de Borbón 65, Barcelona. Teléfono: 93 221 62 33. Precio medio: 50 euros.
En Barcelona hay pocos sitios para tomar paella buena y casi todos ellos están ubicados en la Barceloneta. El Suquet de l’Almirall es uno de ellos. Quim Marquès (podéis ver su libro La cocina de la Barceloneta, 2004) es el alma mater del Suquet, y aunque exista desde la reforma de Barcelona durante las Olimpiadas, es ya todo un clásico. Y es que Quim Marqués lo lleva en la sangre, es hijo, nieto y bisnieto de cocineros. Su padre, Joaquim Marqués, abrió el Suquet en la calle Almirante Aixada, y años más tarde, su hijo lo reabrió en el Pasaje Juan de Borbón. Especializado en cocina marinera con un punto creativo e innovador, en este restaurante no sólo se come de maravilla, sinó que se cuida mucho su estética. Cuenta con dos salones privados y una terraza abierta todo el año. Los productos son de calidad excelente. Para empezar, tomamos una ensalada de tomate (tomate de verdad con sabor a tomate) con ventresca que estaba deliciosa. También quisimos probar un plato de pulpo con patatas y romero que, a parte de estar muy bien presentado, como todos sus platos, estaba muy rico. De segundo pedimos una paella, pero no cualquiera, la “señorito”, que viene con todo pelado. Nos la presentaron y tenía un aspecto estupendo. Regamos la comida con un curioso vino Terraprima, obra de Carlos Esteva, que siempre ha sido un vitivinicultor singular, cuyo savoir faire se refleja en sus creaciones. El origen de sus proyectos siempre tiene un concepto detrás, apoyado por sus historias y relaciones con cada una de sus elaboraciones. El hombre que hace 30 años inició su particular aventura con Can Rafols dels Caus, ahora innova con Terraprima. En sus viñedos no se utilizan ni herbicidas ni insecticidas, y por las características de su terreno, la uva se recoje a mano. De este modo, ha nacido el blanco Terraprima 2009, la nueva innovación de Carlos Esteva, elaborado con xarel.lo y el particular riesling, originario alemán a muy bajas temperaturas. Fresco, floral y poco dulce.
El servicio es amable y cercano. No sólo no nos pusieron ninguna pega al venir con nuestra perra Pancha (que se porta muy bien y se pone como un caracol debajo de la mesa) sinó que por iniciativa propia nos trajeron un bol con agua para que bebiera. Además también fuimos con nuestro hijo Simón, que tiene 16 meses, y como era de esperar, usó el mantel como lienzo e hizo un action painting que dejó la mesa bien bonita, sin embargo, no les importó nada. Fueron realmente amables. Aunque debo decir que nos sentamos a la 13:30, sin reserva, y en un día caluroso de verano cuando el mar hace su llamada, y una hora y media más tarde, el restaurante se llenó muchísimo y el servicio no daba a basto. Lo cierto es que nos hicieron esperar bastante y pedimos la cuenta varias veces hasta que finalmente nos llegó. No es la primera vez que oigo que el caos les reina. No querría acabar el post dejando este mal sabor de boca, cuando en realidad, fue todo lo contrario, pero es algo a tener en cuenta para armarse de paciencia y disfrutar de una muy buena comida sin prisas.