La despedida del año de clase no podía ser de otra manera: una reunión de todos donde lo menos importante era precisamente la comida y lo más, estar todos juntos durante un día entero y poder celebrar el habernos conocido y el haber compartido experiencias tan enriquecedoras para todos. Ofrecí hacerlo en el terrado de casa y vinieron casi todos, con sus parejas e hijos y pasamos un gran día. Tuvimos la gran suerte de que hizo buen tiempo y de que casualmente estaban las glicinias florecidas. Algunas anécdotas: como no, se nos cortó el allioli y tuvimos que recurrir a la ayuda de Lluís (a pesar de habernos jurado a nosotros mismos que Lluís no iba a entrar en la cocina), Gemma trajo a su novio bajo el brazo el cual traía bajo el suyo unas cocas dulces de Can Petit, una pastelería del Maresme donde mi marido Alex ha tomado siempre sus postres y el Tigre y sus secuaces bebieron alguna cerveza de más y siguieron la fiesta cuando todos nos retiramos cuando se puso el sol. El resumen del día es que reinó el buen rollo y fue una bonita despedida.