Restaurante Cal Mariet. Querforadat, Lérida. Reservas: 639 609 814. Menú cerrado 60 euros.
En la carretera que une Puigcerdà con la Seu d’Urgell, encontramos un desvío a la población de Querforadat, donde se encuentra Cal Mariet, la casa familiar donde Félix Durán hace de cocinero, jefe de sala, camarero y anfitrión. Los 11 kilómetros de curvas hasta llegar a este poblado en lo alto de la montaña, forman parte de la experiencia. El paisaje es inolvidable, y puedes contemplar toda la serranía de El Cadí-Moixeró.
Me recuerda cuando fui a El Bulli, en el que las curvas acompañaron una creciente ilusión por llegar al esperado restaurante. Un aura de misterio y a la vez serenidad se apoderaban de mí curva a curva. Hoy he sentido lo mismo. Ha sido un día mágico, pues al Querforadat había ido sólo en invierno, cuando a las 17h oscurece y bajas del pueblo a oscuras. Pero hoy hemos alargado hasta las 21h, con lo que nuestra jornada gastronómica ha sido el leit-motiv para pasar el día en este recóndito pueblo en lo alto de las montañas. Hemos tomado el aperitivo disfrutando del sol y silencio (lástima de la música que sonaba en el restaurante, pero al menos era clásica). Nos hemos sentado a comer en la mesa de la foto, de la que ha costado levantarse, pero nos hemos ido a tomar el café y licores al jardín, donde nos han acompañado los cencerros de las vacas que pastaban a lo lejos. Una maravilla.
Hemos comido muy bien, como siempre. Hoy Félix, nos ha deleitado con un capaccio de pato con pipas y mostaza (para mi gusto el pato tiene un sabor demasiado fuerte), unas virutas de foie (no como por principios), unos deliciosos huevos con aceite de trufa y ceps, unos canelones exquisitos con rustido de ternera y trufa y una carne en su punto. Me ha contado Félix que su proveedor, que es gallego, le proporciona carne vacuna de Hungría, Polonia u Alemania, que es de calidad excelente. De postre, una rica coca rellena de mermelada con almendras tostadas por encima de una clásica pastelería de Puigcerdà. El menú no varía mucho, más bien, como me ha dicho él, varía la clientela. Todos los platos en los que se sirve, son regalos de amigos suyos, como por ejemplo, Fermí Puig, que le proporcionaba los platos desconchados que ya no podían utilizar en el Drolma (la política anterior era dar los platos a los camareros, pero claro, se rompían más de la cuenta) o los del Gaig, que de vez en cuando le traen un buen cargamento. También me cuenta que las amigas de su madre también le dan platos que no usan e incluso que había desenpaquetado los antiguos regalos de boda de sus padres, unas tazas que jamás fueron usadas. Con lo que el Querforadat acepta menaje de todo tipo, y es divertido comer tanto en unos platos italianos tipo La Cartuja como en uno en el que está impreso el cuadro de la entrada del Drolma de Gino Rubert. Viva lo ecléctico.
El Querforadat es un lugar un poco insólito. Como he mencionado antes, la masía ha ido pasando de generación en generación hasta llegar a Félix, quién ha puesto cubiertas donde no había techo, ha hecho porches para alojar mesas, ha hecho una cabaña con grandes ventanales a la sierra… ha ido poniendo parches y inventando estancias donde comer. Cada rincón es único, compuesto por muebles recuperados y aunque predomina lo destartalado, incluso con muebles rotos, es mágico exactamente así. La particularidad de comer en Cal Mariet no es sólo la de estar disfrutando de un plato delicioso, sinó a la par de una bella vista que proporciona este marco incomparable.
Me comentaba Félix que la primera ambulancia que llegó al pueblo fue la que asistió el parto en el que nació su madre. En el 2005 se censaron 15 habitantes y entre ellos prácticamente todos deben ser su família, que lleva muchas generaciones disfrutando de las vistas de la sierra del Cadí desde el Querforadat. Félix estudió paisajismo (de hecho, casualmente, hizo tanto el diseño como la plantación de toda la vegetación de la zona de la piscina de la casa de los abuelos de Alex, donde actualmente me estoy quedando y para mi gusto, la zona más bella de toda la casa), y tras estudiar, volvió al pueblo para instalarse en la casa familiar. De eso hace ya 20 años, en los cuales de forma un poco casual, empezó este maravilloso restaurante dando de comer inicialmente a amigos. Poco a poco, fue extendiéndose la voz y empezó a cocinar a personas desconocidas y por lo tanto, se convirtió en un restaurante en toda regla. Hoy ha llegado a servir a 120 personas en los momentos más álgidos. Entres sus invitados, no es raro encontrarse con Ferran Adrià, los hermanos Roca, Santi Santamaría o Cándido, por poner algunos ejemplos. Muchos de estos grandes chefs han sido colegas de Félix Durán en The Iberian Festival, unas jornadas gastronómicas españolas iniciativa de The Roger Smith Hotel de Nueva York. Félix estuvo participando un mes al año durante 10 años, codeándose con los mejores chefs nacionales, y aunque aprendiendo de todos, encontró su propio camino y su personalidad. También supo hacer de su restaurante un lugar tan auténtico como paradisíaco.
La foto del post me la ha pasado Miquel y Anna, y me ha hecho ilusión publicarla en este artículo porque son unos enamorados de La Cerdaña y más concretamente de este pueblo. Su sueño sería poder algún día tener una casa en esta montaña remota de vistas formidables. Espero que algún día lo consigan y así tengamos ya un par de excusas para poder ir a este bello y mágico paraje.