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LA MAGDALENA DE MI MADRE

Proust y la dichosa magdalena
Proust y la dichosa magdalena

Mi amiga Lisi me pide que colabore en su maravilloso blog. Me lo pide a mí, que soy la persona que peor cocina del mundo. Ella, por algún motivo que desconozco, cree que puedo aportar algo a esas experiencias que regala generosa a todos los que la leéis.

Lo único que puedo hacer es empezar por el principio, por la madre que me parió. Ella es la mejor cocinera del mundo. Podéis creerlo o no.
De pequeña nunca valoré demasiado sus platos, ahora me cuesta encontrar alguno que esté a su altura.
Es tanta la admiración que un día, mientras trabajaba en un spot con Ferran Adrià, pensé en comentárselo, casualmente rodábamos no muy lejos de casa y valoré incluso demostrárselo; no hubo ni tiempo ni huevos.

María Josefa, que así se llama, nunca ha hecho magdalenas. La repostería no le gusta. Creo que es porque para ella el mejor postre del mundo es la nata y nada de lo que haga se le puede comparar.

Sin embargo, toda la comida que ella prepara tiene en mí el mismo poderoso efecto que aquella magdalena de Proust de En busca del tiempo perdido. El protagonista, al probar el té, recuerda el sabor de la magdalena que su tía le ofrecía los domingos por la mañana mojada en té, recuerda el sabor de la magdalena y junto a él, su infancia entera va tomando forma y consistencia, “sale de mi taza de té”.

La Reféctoire, París
La Reféctoire, París

Puede que el mejor cocinero del mundo sea nuestro recuerdo. De ahí que aparezcan restaurantes “déjà vu” como Le Réfectoire, en St. Ambrose, Paris, donde se evocan los sabores de la infancia en un espacio que hasta tiene un aire escolar.

Sea como sea os aseguro que si probáis la comida de mi madre nunca la olvidaréis, ella dice que el secreto es hacerlo con amor, Adrià, que es cuestión de química, al final ¿no son la misma cosa?