Bodega Quimet i Quimet. Carrer del Poeta Cabanyes, 25. 08004 Barcelona. T 93 442 31 42. Sábado noche y domingo cerrado.
Me da vergüenza admitirlo, pero lo voy a hacer. Nunca antes había estado en el Quimet i Quimet. Y sí, soy de Barcelona. La verdad es que era un tema pendiente hacía años, pero no era consciente de lo mágico y especial que era, si no, no lógicamente no hubiera tardado tanto en ir. Fue una cena improvisada entre Alex y yo, teníamos ganas de ir al Jazz a tomarnos una de sus inolvidables hamburguesas y empezar a engrosar la categoría de “mejores hamburguesas de Barcelona”, pero al hacer el recorrido mental para llegar al Jazz en Poble Sec, me topé con el Quimet i Quimet. Eran tan solo las 20:30, y la bodega estaba llena de gente, tanta que hasta la acera estaba concurrida. Pudimos escurrirnos, entrar y encima tuvimos la gran suerte de ocupar la única mesa central del local y para más fortuna, a los 2 minutos ya teníamos en la mesa una cerveza belga artesanal de 75 cl (para compartir) importada y etiquetada por Quimet i Quimet. El sabor era muy aromático mezcla de malta y lúpulo y tenía tono tostado muy bonito. Entonces pudimos empezar a mirar alrededor y descubrir que todos los que nos rodeaban eran extranjeros, lo cual me hizo sentir como si estuviera de viaje, y ya me puse de muy buen humor.
Nos acercamos a la barra y nos dejamos aconsejar por la 4ta generación del Quimet i Quimet, dos hermanos encantadores que viven el local con pasión. La bodega es familiar a pesar de estar llena de “guiris”, si te fijas, también encuentras a los locales, a gente que va sola a cenar y se queda en la barra conversando u observando, aquellos que no pierden ocasión para ir y degustar sus delícias. Lo curioso es que la carta, que según me dijo Roberto, un chileno que frecuentaba el local, no existía hasta hace 2 meses. Antes tenías que acercarte a un D4 que había colgado de una pared en la entrada para poder pedir. Pero lo doblemente curioso es que la carta tan sólo está en castellano. Y el chileno era quien iba traduciendo la carta a un grupo de alemanes y a otro de ingleses. No sé si sabía japonés, proque la pareja nipona que había detrás nuestro no podía salir de su asombro, mirando por doquier en silencio, boquiabiertos, y sin saber por donde empezar para conseguir bebida o comida. Me reí un poco de ellos, pero con cariño. Además, si Roberto chapurreara el japonés, apuntaría muy alto si supiera traducir cecina o mojama. O sea, lost in translation.
El local debe medir unos 25 metros cuadrados con aforo de 350, porque ahí entra quien quiere comer y divertirse y jugar al tetris humano. Alrededor un precioso escenario de cientos de botellas de todo lo que puedas imaginar y de todos los precios. El precio de venta es visible y si quieres descorchar in situ, le debes añadir 2 euros. Estar en el Quimet i Quimet es como visitar un museo, tanto por su muestrario de conservas y botellas como de variedades humanas. Nosotros nos dejamos aconsejar y nos pedimos unos montaditos deliciosos: mojama con tomate dulce y huevo hilado, salmón con yogurt y miel trufada, boquerones con tomate seco, pepinillo y oliva, cecina con tomate fresco, chipirón con cebolla confitada. Luego pedimos un plato de esturión confitado con caviar, espárragos con balsámico, miel de caña y trufa envuelto en salmón y para acabar una torta del Casar con castaña (que mi amiga Carrie, asidua a este local, hace en su casa para deleitar a sus invitados). Os podéis imaginar.
Empiezo a entender porqué en Madrid son más abiertos que nosotros. Si te vas de tapas, te abres al mundo. Cenas de pie, te mueves por el local, tu mesa es itinerante, entra gente nueva, salen tus “amigos” y todo está bien, coloquial y amistoso. Estás codo a codo con un desconocido que minutos más tarde deja de serlo. Te invade el amiguismo, la proximidad y sólo tienes ganas de compartir y expandirte. Conocimos a Andrew, un californiano gourmand fascinado con su nuevo descubrimiento. En la foto lo veís oliendo cuidadosamente su montadito. Entre bocado y bocado, una risa nerviosa de excitación por lo que estaba experimentando. Nos contó que venía a Bcn cada 6 semanas porqué su compañía en San Francisco había inventado un método para ver streaming y que una famosa compañía que hace porno con sede en la torre Mapfre les había comprado el sistema. Y a pesar de haber visto todo lo que habría visto durante el día, tenía estómago para degustar. Todo un personaje. Eso me pasó a mí en este local: sentirme viva.
Una recomendación: a las 22:30 cierran las puertas para que no entre nadie más, así que aconsejo llegar pronto y dejarse llevar por el ambiente y estar receptivo a la experimentación sensorial.